domingo, 5 de septiembre de 2010

1

Mi nombre es Frank Anthony Thomas Iero Pricolo.
Estudio Medicina en la Universidad de Harvard en el estado de Massachusetts. Soy el mejor de las clases, o como les gusta llamarme al resto el nerd. No congenio con nadie. Cómo imaginarán esta escuela es exclusiva para niños ricos o para verdaderos genios becados con el 90%. ¿A cuál creen que pertenezca? Soy de Texas pero a los cinco años me mudé a Nueva Jersey. Mi nombre podrá sonar a millonario, sin embargo, no lo soy. Pertenezco a una familia de clase media baja, aunque en realidad esa familia solo está conformada por mi madre y yo. Considero a mi mamá una santa, sin ella nada de esto sería posible, y en lo que respecta a mi padre, que se vaya al infierno. Nunca lo he necesitado, ni lo necesitaré nunca.
Los chicos de Harvard distan mucho de lo que alguien podría imaginar. No son inteligentes, siquiera asisten a clases. Sólo están aquí para socializar y por gracia de la fortuna de sus padres. Nunca deseé ser uno de ellos. Son tontos, hipócritas y, sobre todo, superficiales. ¿Un amor de compañeros, no lo creen?
Debido a esto y más, en los tres años que he estado estudiando aquí nunca he tenido novia, ni mucho menos he gozado de popularidad. En realidad, es poca, muy poca, la gente a la que considero amiga. Sólo están, mi profesor Robert Nathaniel Cory Bryar, mi compañero de cuarto Raymundo Manuel Toro Ortiz –quien, gracias a Dios, al igual que yo es un becado y venía del mismo lugar que yo: Newark, Nueva Jersey- y una vieja amiga Hayley Williams. Esa enorme cantidad de personas era mi círculo social.
-¿Y qué es lo que te ha traído hasta Harvard? – me preguntó el profesor Robert, después de que se acabara la clase.
-Mis buenas notas – presumí con orgullo
-No, esa ya lo sé. No me refiero a eso. ¿En verdad, es esto lo que quieres estudiar?- dijo ofuscado.
-Pues, sí. Me gusta ayudar a la gente. Además, después de graduarme como Médico Cirujano, me encantaría especializarme en Psiquiatría. Cuando era adolescente, leí Sybil, Trastorno de Personalidad Múltiple y me fascinó.
-Parece un buen argumento.
-¿Y qué hay de usted, como llegó aquí?
-Pues, simplemente me ofrecieron ser maestro. Yo trabajaba en un hospital en Chicago pero, la verdad es que nunca me agradó tratar con la gente enferma. Era como una fobia. Y en cuanto me dieron la oportunidad, empaqué todas mis cosas y tomé el primer vuelo hacia acá. Y aquí estoy. – el profesor hizo una pausa y sin dejar que le preguntara nada más, cambió completamente de tema y me ofreció: - Me han recomendado un buen café cerca de aquí, ¿le apetece?
-Claro. Necesito salir de aquí. ¿No sabe si hay una buena librería en el vecindario?
-De hecho, ese café es un tipo de librería también. Algo por el estilo, según he escuchado.
-Genial.
Llegamos al establecimiento, era un lugar realmente acogedor – o por lo menos esa era la impresión que daba exteriormente-. El nombre del lugar se me antojaba italiano: Il Pallota. Me pregunto que significara dicha frase.
Mierda. Pensé. De seguro este es uno de esos costosos lugares que atrae la atención de todos los niños ricos de Harvard. Diablos, tal vez deba regresar a mi dormitorio. No sé realmente si podré costearme una cena en un lugar como éste.
Al entrar, todo era muy diferente a lo que pensé podría ser. Tenía completamente el aspecto de un bar punk y bohemio. La primera sección me daba a entender que era una especie de café, era muy moderna. Había sillones de cuero negro y las paredes igualmente oscuras eran adornadas con enormes cuadros de diferentes bandas: Metallica, Anthrax, Misfits, Iron Maiden, Black Flag, Pearl Jam, The Who, The Beatles, Led Zeppelin, System Of A Down. No me cabía la menor de duda de que el propietario del lugar tenía muy buen gusto.
Mientras tanto, la parte trasera del local, era algo incongruente con lo demás. Se veía tan tranquila que pudo haber pasado por ser una biblioteca de escuela. Las paredes eran de color cereza y dos de ellas estaban cubiertas casi totalmente con unos grandes libreros que inmediatamente llamaron mi atención. La pared del fondo, tenía algo así como una tarima que hizo que me volviera hacia donde estaba el profesor Robert para preguntar:
-¿Qué tipo de lugar es éste?
-Te dije que es algo fuera de lo común. Allá – señaló la tarima que me había parecido tan fuera de lugar en una librería – se presentan algo así como bohemios, gente que quiere dar a conocer su poesía y ese tipo de cosas – dijo restándole importancia.
Nos sentamos en una de las pequeñas salitas negras, rehusando inmediatamente la opción de situarnos en el mini bar. Un chico negro y con camisa de franela a cuadros y pantalón de mezclilla fue hasta nuestra mesa y nos tendió unas pequeñas carpetas que supuse era algo así como el menú:
-Buenas noches, caballeros. Bienvenidos a Il Pallota. – espero un breve momento mientras nosotros escogíamos la comida
-Buenas noches. Quiero ordenar un moka frapuccino y una rebanada de tarta de chocolate – pidió Bob
-¿Y usted, señor? – me preguntó, mientras anotaba la orden de Bob.
-Hum, quisiera un chilli dog vegetariano y una Coca Cola. Hace mucho que no como uno. Espero y estén buenos – murmuré esperanzado.
-Ya lo creo – dijo sonriendo y se retiró.
De fondo sonaba The Number Of The Beast y comencé a tararearla cuando de pronto se vio interrumpida por la voz de un hombre:
-Son las ocho de la noche. La hora bohemia. Recibamos a nuestro queridísimo y viejo amigo Ray Toro que viene a recitarnos El Poema del Pedo.
Esperen un momento. ¿Ray Toro? ¿Ray Toro es poeta? Estallé en carcajadas y todos se me quedaron viendo. Y es que no he descrito todavía a ese amigo mío y es difícil que él encaje en el papel de dramaturgo. Es muy alto y musculoso, tiene un prominente afro color castaño. Sus ojos son de un marrón indescriptible, un marrón con un toque verde realmente encantador. Tiene unos labios rojos y muy carnosos. Es un gran tipo.
Ray al ver que era yo el que reía sólo blanqueó los ojos como ignorándome y tomó el micrófono y empezó a recitar a Francisco Quevedo.
Alguien me preguntó un día
¿Qué es un pedo?
Y yo le contesté muy quedo
El pedo es un pedo
con cuerpo de aire y alma de viento

La comida tardaría unos quince minutos los suficientes para ir a echar un vistazo a la librería, me disculpé con Robert y me dirigí hacia allá. Ignorando de momento a Ray que seguía recitando poemas, me reí. ¿Quién lo diría?
Había un mostrador, y alguien estaba oculto detrás de éste. ¿Sería el dependiente? No lo tomé en cuenta de momento y me dediqué a vagar entre los estantes buscando algo interesante y vaya que lo encontré, había hermosos y accesibles (que era, lo que a final de cuentas, me importó) ejemplares de clásicos de Edgar Allan Poe, Friederich Nietzsche, John Katzenbach, Charles Dickens y demás. Regresaría nuevamente, sin lugar a dudas. Tenía unos cuantos ahorros y no me importaba si me quedaba sin dinero para el resto del mes con tal de poseer aquellos libros.
Volteé hacia el demostrador donde me había parecido ver al encargado y lo que vi me dejo completamente sorprendido.
Era nada más y nada menos que Gerard Way. Otra vez. Tantas veces había tratado huir de él y sin embargo, ahí estaba.
El rostro pálido, pero hermoso. El anémico color estaba equilibrado por la abundancia de cabellos negros como el carbón que colgaban a ambos lados de su bello rostro hasta llegar a los hombros. Sus ojos eran grandes y curvados, eran color jade; brillaban con un dejo de superioridad que en él no resultaba chocante, sino, fascinante. Su nariz era perfecta, pequeña y respingada. Sus labios, delgados, rosas e… inmensamente provocadores.
A sus veinticinco años sigue siendo tan sensual como la primera vez que lo vi, y tal vez hasta más. Si me acercase seguramente el seguiría sin saber quién soy yo. Tantas veces nos vimos y a pesar de todo, ni una palabra cruzamos.
No, no es ningún tipo de viejo amigo. Es sólo mi obsesión, mi eterna y preciada obsesión.